Como ya es habitual, la prueba vuelve a iniciarse más allá de las fronteras italianas. Lo hace con tres etapas en Albania, intuyéndose incluso injerencias políticas para realizarse a cambio de contrapartidas en otros ámbitos.
Ciñéndonos a la parte puramente técnica, la primera etapa parte de la costa para acabar en la capital, Tirana, con un circuito en la parte final al que se darán dos vueltas y que incluye la subida a Surrel. Recuerda un poco a la etapa de apertura del año pasado en Turín, y me parece un diseño atractivo para ver pelea por la primera maglia rosa.
El segundo día, la carrera permanecerá en Tirana para disputar una prueba contrarreloj de casi catorce kilómetros, poco técnica, pues son tres idas y vueltas por avenidas, aunque cuenta a mitad de camino con una ascensión ligera que ayudará a marcar importantes diferencias para la altura de carrera a la que nos encontramos.
La última etapa albanesa es un bucle con inicio y final en la localidad costera de Valona, que incluye un muy buen puerto, Qafa e Llogarase, de casi once kilómetros a más del siete por ciento de pendiente media. Además, por su ubicación, cercana al mar, tiene unos paisajes impresionantes. De todas formas, su cima está situada a cuarenta kilómetros de meta, sin dificultades, por lo que es probable que se produzcan reunificaciones de cara a la llegada.
Salto del mar Adriático para empezar en Italia la cuarta etapa, con final en Lecce. Jornada plana, de grandes rectas, donde solo la aparición del viento, poco propenso en las carreras italianas, puede alterar una jornada destinada a la llegada masiva.
Matera, el final de la quinta jornada, es una bonita localidad ubicada en lo alto de una colina. Por eso, los últimos kilómetros, tras recorrer el golfo de Tarento, serán animados, con un primer paso por otra parte de la ciudad distinta a donde se ubicará la meta y un par de ascensiones previas, aunque no de una dureza relevante.
Si hemos comentado que salir del exterior se ha convertido en una costumbre, más lo es llegar a Nápoles, que es meta por cuarto año consecutivo. Además, esta ocasión lo hace con un recorrido bastante más insulso que los otros años, con los últimos ochenta kilómetros planos, en una etapa —atención— de más de doscientos veinte kilómetros. Me gustaría equivocarme, pero huele a tostón.
Agravado porque la siguiente etapa es la primera de montaña. La jornada mezcla puertos cortos y exigentes como Monte Urano con otros más tendidos, Vado della Forcella y el final en Tagliacozzo. No se deberían dar movimientos muy trascendentales, pero el primer filtro para los favoritos es evidente: el que falle aquí que cambie sus objetivos.
En la octava etapa sigue el terreno ondulado, con hasta cuatro puertos, pero solo el segundo de cierto nivel, el Valico di Santa Maria Maddalena, a mitad de recorrido. Es un trazado ideal para que una fuga numerosa triunfe; los principales candidatos a la victoria deben estar atentos a que no se cuele algún corredor que pueda poner en peligro su clasificación general final.
Cerramos la primera semana con una versión reducida de la Strade Bianche, al transitar por cinco de sus tramos, aunque no se pasa por quizás el más icónico, Monte Sante Marie, y terminar también en Siena. Estas traslaciones de una clásica a una vuelta por tres semanas no terminan de funcionar habitualmente, por la forma de correr diferente entre las pruebas de un día y cuando existe una clasificación acumulada de tiempos, pero no es descartable una jornada loca. Siempre será recordada la etapa con final en Montalcino en 2010. Si no, siempre es posible repetir una jornada como la del año pasado, con victoria de Pelayo Sánchez.
