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El encanto del Tour de Flandes

Domingo, abril, primavera. Como cada año, llega una de las pruebas más esperadas y espectaculares del planeta ciclista. El Tour de Flandes es un atractivo para muchos aficionados, que son los que dan color a las pequeñas carreteras por las que transcurre. Fiestas que comienzan a lo largo de la semana con celebración de una marcha cicloturista que permite emular a los grandes ídolos que serán los que se lleven los aplausos y titulares de los medios del día posterior. 

No hay que engañarse: es el alma de los seguidores, de los fieles, lo que hace especial a esta clásica. Un día destinado a las piedras, a los muros, una mezcla entre Lieja y Roubaix, con pavé y muros por igual. Decidida normalmente con grandes ataques y exhibiciones de casta, fuerza y técnica, ya que no cualquiera está capacitado para brillar.

Cancellara, Sagan y Boonen. Todos ellos artífices de este espectáculo seguido desde medio mundo. Desafío del ciclista contra los elementos, un tanto deslucido debido a la ausencia del Kapelmuur, una desaparición que causó la demostración de que Flandes es religión. La noche anterior próxima a esta subida era una tradición cuya extirpación no ha sido bien recibida, ni entendida.

Ganar De Ronde es entrar en la historia y tener lugar asegurado en los equipos de élite para toda tu trayectoria. Un encanto y una repercusión superviviente a depresiones económicas o malos momentos de un deporte, intocables ante el transcurso de la historia.

L.S.

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