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La primera etapa de la última semana muestra ese cariz del que hemos hablado al principio, puertos míticos con un empleo atípico: el Mortirolo, pero por la vertiente de Eolo, junto a la recuperación de una de las pesadillas de Indurain, el Valico de Santa Cristina. La etapa está bien pero da la sensación de que le falta algo, que hay mejores opciones en la zona, ¿Cuándo veremos el debut del Monte Padrio?
Lo mismo nos pasa al día siguiente, camino de Lavarone. La dupla final de Vetriolo y Monterovere parece muy interesante, dará una buena etapa, pero se echa de menos algo más en el previo para ser una de esas etapas a las que nos tiene habituados en el Giro. Alguna de las vertientes del Monte Bondone no hubiera estada mal.
Tras dos días intensos, el Giro ha programado una etapa de transición camino de Treviso, como en anteriores ediciones aunque esta vez más corta para evitar problemas de huelgas y con el punto anecdótico del Muro di Ca’ del Poggio, a más de cincuenta kilómetros de meta.
Esto se acerca al final y lo hace con una visita a Eslovenia, aunque parece que no es suficiente para que alguno de los corredores nativos de esa nación que dominan el panorama ciclista haga acto de aparición por la ronda rosa. La etapa en sí vuelve a dejarnos esa sensación de no estar mal pero no ser redonda. El puerto esloveno Kolovrat está destinado a ser el protagonista del día pero un largo tramo de descenso y una subida final al Santuario di Castilmonte rebajan algo la euforia, aunque al ser la penúltima oportunidad no se puede esperar mucho más para buscar hacer daño al líder. Porque el último día, para buscar cambiar tu destino a través de ataques, tendrá que ser camino de Marmolada.
Si alguna etapa muestra lo que hemos ido desgranado de oportunidad perdida de hacer algo grande en el recorrido y parecer no saber hacerlo, es esta. Falzarego, Pordoi y Marmolada suenan a puros Dolomitas, recuerdo de grandes jornadas, pero como se ha realizado la combinación de los puertos hace difícil creer que fructifiquen movimientos más allá de la última ascensión, que es destacadamente la más dura del día. Además, aunque Marmolada ya ha sido final suena un poco a sacrilegio, cuando era un punto habitual donde la carrera se rompía con muchos kilómetros todavía por delante.
El último día, en Verona, habrá que desempolvar las bicicletas de contrarreloj, pues la carrera se remata con una jornada de diecisiete kilómetros en esa especialidad, para no sumar ni treinta en el global. La jornada será muy parecida a la que se disputo en 2019, un poco más larga y basada en el circuito mundialista, con la subida a Torricella Massimiliana y final en la Arena romana, un marco incomparable para el podio final.
