Tras el día de descanso en la altitud de Livigno, quizás una de las etapas más extrañas del año. Tras descender hasta Bormio, por donde se habrá pasado dos días antes, se encara la Cima Coppi de la edición, el mítico Stelvio. Sin embargo, tras coronarlo, entre descenso y llano hay más de cien kilómetros hasta la siguiente subida. La dureza del puerto es innegable pero es impredecible que puede pasar ese día. Habrá escapada seguro pero dependerá de quien se infiltre en ella que veamos una bonita persecución por el valle o un sesteo hasta el tramo final, donde la ascensión al irregular Passo Pinei debería ser trascendental tanto para la victoria de etapa como para los movimientos en busca de la general. El final tiene reminiscencias con la llegada de dos días antes a Mottolino, pues también es una carretera para subir a la parte alta de la estación de esquí, casi un barrio, pues hay un par de hoteles importantes cerca de donde se ubicará la meta.
Para concluir este bloque montañoso una etapa bastante bien tirada, aunque con menor exigencia de la que parece. De salida se sube el Passo Sella, donde debería montarse una fuga de bastante nivel. Todo el valle en descenso y la subida al Passo Rolle podrían consolidarla antes del parte decisiva, que comienza con el Passo Gobbera, que parece una emboscada, y dos subidas consecutivas al Passo Brocon, la primera más tendida y la última por una vertiente mucho más dura en cuanto a pendiente, además de contar con una carretera considerablemente más estrecha.
Al día siguiente otro formato clásico, una etapa de transición entre bloques de etapas exigentes que parte del pie de las montaña y llega a la zona del golfo de Venecia, en esta ocasión a Padova. Teniendo en cuenta que es fácil que queden pocos esprínteres en liza pues desde el viernes de la semana previa no tienen opciones y tras esta jornada sólo quedará Roma, además del cansancio de los días previos, la escapada múltiple con muchos minutos de ventaja es el escenario más plausible.
Sólo quedan dos jornadas para el paseo final y normalmente la organización se guarda para esos días los grandes tappones, pero en esta ocasión la etapa decimonovena no responde a ese perfil. De nuevo podemos hablar de jornada rara, de media montaña, con los cien primeros kilómetros más o menos cómodos hasta la ascensión al Passo Duron, muy duro aunque corto, que es seguido por un terreno incómodo, con Sella Valcalda y la aproximación hasta Cima Sappada, irregular y no especialmente dura, que se corona apenas a seis kilómetros de meta. Viendo lo que viene y su perfil, difícil que sea una jornada trascendente.
Y es que lo que viene es de los pocos días donde sin duda habrá que prestar interés. Dos ascensiones al Monte Grappa, acompañadas al principio por el Muro di Ca´del Poggio, que siempre se mete como sea, no son poca cosa. Aunque hay muchas opciones para ascender a este puerto, la vertiente elegida, la de Semonzo, es muy exigente: dieciocho kilómetros al ocho por ciento. Además, atención a las bajadas, que pueden ser más decisivas aún que los propios ascensos, con ese repecho de Il Pianaro a mitad para romper el ritmo. Todo lo visto hasta este momento puede derrumbarse en esta etapa, que sí que homenajea adecuadamente a la tradición del Giro.
La última etapa será parecida al engendro que hicieron en 2023, con un ida y vuelta absurdo hasta la costa y varias vueltas a un circuito en Roma, atractivo visualmente por recorrer la zona más histórica de la ciudad aunque peligroso en varios puntos. Estas jornadas finales de paseo siempre tienen trazados extraños, más pensados para que los vencedores se hagan las fotos conmemorativas que otra cosa, pero un poquito de cariño pensando en el público no estaría mal.