El italiano cumple otra temporada más, además prácticamente en blanco. Un corredor de una calidad asombrosa, tal vez uno de los mejores especialistas en clásicas de los últimos años. Su palmarés, muy bueno si se tratase de cualquier otro, no deja de ser una auténtica lástima comparado con lo que podría haber sido.
Una forma hedonista de ver el ciclismo que ha ido de gran contrato en gran contrato desde que la estructura del viejo Mapei le diera la oportunidad de vivir las mejores carreras.
Unos días en los que era el niño mimado de cualquier escuadra. Como buen transalpino, su estabilidad contractual ha sido nula, pasando por los mejores equipos, pero con episodios de desaparición total. Sin llegar a extremos, sobre todo en lo referente a su vida personal, recuerda a los sucesos que sufría el mitificado Vandenbroucke, genio perdido en el limbo.
Un corredor capaz de ganar una Milán-San Remo y días más tarde considerarse fuera de combate para las piedras, donde ha dedicado gran parte de su carrera. Sin mucho éxito, pero mostrando el potencial para lograrlos, bien con demostraciones asombrosas o simplemente con brillantes segundos puestos ante monstruos legendarios como Boonen.
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