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El cambio que salvó a la Vuelta

Cuando a lo largo de 1994 se supo que la Vuelta a España pasaría a disputarse en el mes de septiembre a partir de la siguiente temporada no fueron pocos los agoreros que vaticinaron poco menos que la muerte en vida de nuestra gran ronda. El argumento principal que entonces se esgrimía era que ubicada en el ocaso de la temporada, las grandes figuras del circo ciclista le darían la espalda toda vez que sus temporadas estuviesen ya resueltas, convirtiendo la Vuelta en un reducto de figuras nacionales y asalariados internacionales de medio pelo. La historia, como ocurre a menudo, acabó convirtiendo aquel negro augurio en una queja ahogada en la noche de los tiempos. Porque seamos sinceros ¿quién, a día de hoy, no piensa que el cambio de fechas fue lo mejor que le pudo pasar a la Vuelta?

El pulso perdido con el Giro

Hasta aquella ya lejana primavera de 1994, el final de la Vuelta y el inicio del Giro de Italia estaban separados por apenas una semana, mientras que entre ésta última y el Tour de Francia solía haber tres semanas de separación. Un lapso de tiempo perfecto para recuperar de los esfuerzos hechos en la ronda transalpina y afrontar con garantías la gran cita del año, al menos para los vueltómanos de mayor caché.

Esto, unido a la “Doctrina Lemond” (el norteamericano fue pionero en muchas facetas del ciclismo, una de ellas, en hacer una sola gran vuelta por temporada para afrontarla con las mayores garantías posibles. Algo que años más tarde llevaría hasta el paroxismo su compatriota Lance Armstrong), había provocado que poco a poco los mejores corredores del mundo fueran dando de lado la Vuelta a España y centraran su preparación, en el mejor de los casos, en disputar Giro y Tour, pues no eran pocos los que aparecían por Italia simplemente a dejarse llevar y acumular “entrenamientos de calidad”.

Tanto es así que hasta nuestras principales figuras acabaron por sucumbir a la tendencia general de la época. Pedro Delgado fue el primero, al sacrificar su participación en la Vuelta de 1988 en aras de llegar lo mejor posible al Tour. Aquello fue un golpe mortal para la carrera, Delgado pasaba entonces por ser una de las grandes figuras del pelotón mundial y de nuestro deporte y aquella renuncia se vivió en España como una alta traición, como una cuestión de Estado.

Pero aquello no fue más que la punta de un iceberg que amenazaba con hundir el trasatlántico que era la ronda nacional. El propio Delgado volvió a renunciar en 1991 y la verdadera puntilla fue que Miguel Indurain, el mejor corredor español de la historia, renunciase a participar en las ediciones de 1992, 1993 y 1994. La Vuelta estaba herida de muerte y lo único que podía salvarla era derribar todo el edificio y empezar de cero.

La Edad de Oro del ciclismo español

Bien es cierto que durante la Era Armstrong la Vuelta continuó siendo segundo plato en la mesa de los grandes campeones. Pero al contrario de lo que había sucedido hasta entonces, esta renuncia no venía dada porque las primas donnas del pelotón internacional prefiriesen el Giro de Italia. Como decíamos antes, la “Doctrina Lemond” fue adaptada y perfeccionada por Lance Armstrong, algo que provocó que sus rivales se adhiriesen a ella convencidos de que la única forma de derrotar al tejano era estar, al menos, tan frescos como él. Así, Giro y Vuelta vieron reducido el caché de sus aspirantes, entregados como estaban a la causa de destronar al nuevo tirano del ciclismo mundial.

Con todo, se pudo empezar a apreciar una tendencia que se iba a consolidar coincidiendo con la primera retirada de Armstrong y la eclosión de la generación de Oro del ciclismo español: algunos de los mejores corredores del mundo que habían suspendido los “parciales” de mayo y julio se veían obligados a acudir a la Vuelta con la obligación de firmar una actuación que justificase su temporada.

Y éste ha acabado siendo el factor determinante que ha invalidado del todo aquellos agoreros vaticinios de hace dos décadas. Y es que, en sus afanes derrotistas, aquellos escépticos de entonces obviaron, quién sabe si por error o deliberadamente, una de los axiomas fundamentales de cualquier deporte: aspirantes puede haber muchos, campeón sólo hay uno.

Así, durante estos veinte años y cada vez con mayor asiduidad, la Vuelta se ha ido convirtiendo en el último bastión de esos campeones sin corona. De corredores, como en su día Jan Ullrich, o más recientemente Alberto Contador o Chris Froome en la Vuelta’14, que acudieron dispuestos a encontrar en nuestro territorio la redención a los reveses sufridos a lo largo de una temporada que, por los motivos que fuese, les resultaba esquiva.

Pero no sólo de estos reyes destronados se ha nutrido la participación de la Vuelta. La equidistancia del Tour con las dos grandes ha complicado en exceso el conseguir un doblete con la ronda gala como eje vertebrador al mismo tiempo que ha facilitado que grandes campeones intenten el asalto de las dos rondas “menores” en la misma temporada. Algo que ya consiguió el propio Contador en 2008 y que a punto estuvieron de lograr Nibali o Fabio Aru. A todos ellos habría que sumar la fidelidad a la carrera de nuestros grandes campeones. Corredores como Alejandro Valverde, Carlos Sastre, Samuel Sánchez o Purito Rodríguez, que durante una década han sido referenciales en el panorama internacional de las grandes vueltas han acudido fielmente a su cita con la Vuelta a España, que ha visto como su cartel crecía en brillo y esplendor con el paso de la temporadas.

Y la guinda la ha venido a poner Chris Froome. El británico, ganador de 4 de los últimos 5 Tour de Francia, se ha comprometido de una forma casi irracional con nuestra carrera. Tres veces tercero, el líder del Sky acude en este 2017 nuevamente a la Vuelta dispuesto a sacarse la espina de la carrera que peor le ha tratado en todo el calendario internacional. Entiéndase esto como los retos, a veces extradeportivos, que la Vuelta le ha planteado. Si a Chris Froome en el Tour todo le ha ido de cara desde hace un lustro (salvo la caída de 2014), en la ronda española es justo todo lo contrario y siempre ha habido algún factor más o menos incontrolable que le ha impedido hacerse con la victoria final.

Sea como sea, el caso es que Froome, junto a los Bardet, Aru, Nibali, Contador, etc. son la evidencia definitiva de que la carrera que un día iba a morir abandonada en el último rincón del calendario, vive hoy sus días de vino y rosas. Bendito cambio.

SERGIO ESPADA

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