Cielo y suelo son dos términos muy relacionados ampliamente con el ciclista. Por un lado, las altas cumbres son las que han dado grandiosidad al deporte de la bicicleta, el reto de vencer y domar a gigantes de tal tamaño.
En los descensos de estos colosos se ha dado en múltiples ocasiones una caída. Raro es el descenso en el que algún miembro del pelotón no haya besado el suelo.
Hay otra forma de tocar el cielo, que está conformada por una sucesión de éxito, pero existe otra más dolorosa y penosa que es la pérdida de la vida encima de la bicicleta. Episodios tristes y negros que unen sin excepción a todos los estamentos ciclistas.
A veces en competición y a veces en la preparación de las carreras. Un pelotón que con tristeza se llena de viejas glorias, algo natural, o de jóvenes en la flor de la vida. Tondo, Cabedo, Weylandt, Kivilev… una lista larga de héroes caídos en la pelea por un sueño, por una forma de vida.
La lucha por la seguridad, por la utilización del casco… y un problema no resuelto para los no profesionales, los anónimos verdaderos motores del espíritu y la esencia del ciclismo. La seguridad vial ha sustituido y cobrado toda la actualidad de estos sucesos. Un lamentable protagonismo sin una solución a la vista.
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