Segoviano, escalador, historia viva de lo difícil que ha sido siempre para el ciclista español abrirse fronteras, fulminar límites. Primero la juventud, después la desgracia, más tarde Roche, y finalmente sus despistes le han alejado de multitud de victorias. Pese a todo, supo reponerse y aprender de sus errores. Una vez analizadas sus derrotas y subsanadas sus carencias, ganó y consiguió entrar en la leyenda.
Corredor de los míticos Orbea, Reynolds y Banesto, Delgado se ha distinguido siempre por un estilo atacante, sorpresivo –a veces tanto para lo bueno como para lo malo- y atractivo para el espectador. Este último adjetivo le hace aún hoy uno de los ídolos de la afición, eclipsando incluso a las estrellas de la actualidad.
Su estilo era sencillo: hacer diferencias en montaña y sufrir en las contrarrelojes. Una cuenta de la vieja que no siempre le salía a ganar, pero que intentaba conseguir a toda costa. Su táctica favorita era reservar energía para en el último puerto arrancar con fuerza. El primer ataque nunca era el bueno, siempre quería probar sus piernas, la vigilancia a la que le sometían… El bueno tenía lugar cuando se dejaba caer a final del grupo y cuando nadie le esperaba, soltar un latigazo imparable.
Una vez retirado hemos tenido la oportunidad de conocer todos sus truquillos en la competición. “Cuando más te duelen las piernas, es cuando debes atacar”, porque los demás están igual. O peor. Esa era otra de las consignas que seguía.
Con el tiempo mejoró en la lucha individual contra el reloj y fue necesitando ataques distintos, más con la calculadora y más cerca de meta. Lógico, Perico siempre fue un corredor muy inteligente. No hay que olvidar que el gran Delgado surge en época de esplendor de Hinault y Lemond, dos fueras de serie que monopolizaron entre los dos la friolera de ocho ediciones del Tour. Y él se llevó una y rozó otra con los dedos, cediendo ante el enrachado e imbatible ese año Roche.
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