LA GRAN ENCRUCIJADA DEL CICLISMO POSMODERNO

Decía Saronni la semana pasada, analizando el pasado Tour de Francia, que la gente espera en la cuneta durante horas para ver pasar a Contador o Pantani, no para ver al Sky subir a 30 km/h. Una afirmación que más allá de si es justa o no, de si esconde una velada crítica a los británicos y su forma de correr o no, pone sobre la mesa una cuestión que debería alarmar a los próceres de nuestro deporte (el aficionado más o menos “ilustrado” ya lo está): el ciclismo actual, el de los pinganillos y potenciómetros, el de los trenos en montaña y los ataques bajo la pancarta del último kilómetro, el ciclismo de vatios y tablas de excel… aburre. Aburre soberanamente. Aburre hasta la espantada, hasta la disidencia.

No son pocos los debates que a lo largo de este último lustro de dominio de la Royal Sky Force, especialmente en el Tour de Francia, se han generado y todos ellos con el mismo telón de fondo: el ciclismo, especialmente en las Grandes Vueltas, cada vez seduce menos al espectador. Y si bien en el diagnóstico parece existir un quórum generalizado, es a la hora de establecer las causas cuando surge el debate, la polémica. El pinganillo, los puntos UCI, los recorridos, la diferencia salarial… hasta una indemostrable pusilanimidad generacional o una falta de cultura ciclista se apuntan como motivos que expliquen el porqué llevamos ya casi una década de deterioro progresivo del espectáculo en las carreras más importantes del calendario (salvemos de esta quema, al menos parcialmente, a las clásicas de adoquines, donde aún laten rescoldos del viejo ciclismo de siempre).

Así las cosas cabe preguntarse qué se puede hacer para remediarlo. Y quizás el primer paso que deba dar el ciclismo sea el de entender que el deporte superprofesionalizado del siglo XXI, y el ciclismo pretende serlo, es ante todo y probablemente nada más que eso, un espectáculo, un producto de consumo para el ocio del espectador. Porque sólo aceptando este punto podrá sobrevivir en un contexto de ultracompetencia, donde el  espectador tiene a su disposición casi cualquier opción imaginable para sus ratos de ocio. Cualquier otro camino que se pretenda transitar el ciclismo sólo conducirá a la guetificación y por tanto al semiamateurismo. Y es una salida tan digna como otra cualquiera, claro está. Pero me da a mí que no es la que pretenden ninguno de los protagonistas de este circo.

Por ello todas las medidas que se adopten han de ir encaminadas a fomentar esa concepción del ciclismo como un show televisivo en el que hay que darle al espectador lo que éste desea. Esto es, una narración que conecte con sus anhelos, con la iconografía y la mitología del ciclismo, una narración con héroes y villanos, con drama y suspense, con obstáculos aparentemente insalvables y con grandes gestas. Una narración que recupere el ciclismo de ataque, del “todo o nada”, que recupera la épica que forjó la leyenda de este deporte, que sustenta la pasión de sus aficionados y que, en definitiva, es su razón última de ser.

Reformular el sistema de puntos de la UCI para que lo único que compense sea la victoria y correr para defender un 7º puesto carezca de sentido, eliminar el contacto equipo-corredor a través del pinganillo para favorecer la aparición de situaciones de carrera imprevistas (ojo, no digo eliminar el pinganillo per se, sino el contacto con el equipo. El pinganillo podría mantenerse para que la organización emitiese por ese canal cualquier aviso relativo a la seguridad de los corredores), replantearse los recorridos de forma que no se busque favorecer otra cosa que no sea al corredor más completo, establecer un límite salarial al uso y manera de las grandes ligas del deporte norteamericano que penalice a los equipos más ricos, reducir el número de corredores por equipos de 9 a 7 en las grandes vueltas y aumentar el de equipos de 22 a 25… son algunas de las medidas que se pueden y se deben adoptar, al menos para probar su incidencia en el desarrollo de las carreras.

Y puede que al final el resultado no variase gran cosa si, como algunos defienden, no hay mayor problema que la falta de ambición de los corredores actuales. Pero al menos se habría intentado. Porque por ahora la única sensación que le llega al aficionado de a pie, a ese que espera en la cuneta por Contador o por Pantani, es que en realidad a nadie de los que debería importarle realmente parece preocuparle lo más mínimo, como si su única razón de ser fuese consolidar su posición de poder a costa de lo que sea para garantizarse su parte del pastel. El problema vendrá cuando los multimillonarios chinos y los magnates del petróleo se aburran de este juguete y se vayan con sus millones a otro lado y el pastel sea mucho más pequeño.

SERGIO ESPADA

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