El australiano ha pasado de ser un excelente contrarrelojista, incluso dominador del Campeonato del Mundo, a un gregario sin precio, con poder y capacidad para el llano y mucha voluntad y sacrificio para la montaña. Lleva dos años siendo uno de los más fuertes del Tour de Francia, rozando en 2013 incluso el top ten.
No hubiese sido, sin embargo, la primera vez que lo lograse. Allá por el lejano año 2006 ya se coló noveno en la clasificación final de la ronda francesa, una posición que le dio alas a probarse en más generales, como en el Giro de 2009, el del Centenario, donde sería octavo. Bien es cierto que con una de las montañas más leves que se le recuerdan a la corsa rosa.
Las dos últimas temporadas ha sido protagonista claro del Tour. No por sus clasificaciones, sino por lo que ha aportado a sus líderes, en este caso dos de los grandes favoritos a hacer diana en París. Tanto en 2012 como en 2013 fue clave su labor de equipo. En la victoria de Wiggins porque él solo se merendaba puertos sin ofrecer desgaste al resto de sus compañeros. Su baja fue tan importante que un año más tarde Sky se mostraría mucho más dubitativo y menos sólido. ¿Casualidad?
Para Saxo Bank fue un desahogo. Si bien fue su líder el que no respondió como debía, Michael estuvo muy próximo en las subidas a él y su lugarteniente Kreuziger. También fue un valor fundamental para conseguir la clasificación por equipos y poder subir así al podio final, que no es poco. Un corredor que organiza, que facilita y que mejora. Que ayuda, que exige y que se exige. Ése es el cuádruple campeón del mundo contrarreloj.
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