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Presente y futuro del ciclismo francés

Cuando en el verano de 2014, Thibaut Pinot y Romain Bardet se convirtieron en los grandes animadores de un Tour de Francia descafeinado por los abandonos de sus máximas figuras, se habló y mucho sobre el carpetazo final a los años más oscuros del ciclismo francés. Aquella nueva hornada de jóvenes campeones parecía llamada a poner a Francia en lo más alto del circuito internacional de nuevo, dejando atrás los complejos y el victimismo de treinta años de travesía del desierto.

Porque no eran sólo Pinot y Bardet. Ellos eran la punta de lanza una generación en la que también brillaban velocistas del nivel de Bouhanni o Démare y escaladores como Kenny Elissonde o Warren Barguil, que el año antes había deslumbrado en la Vuelta a España con dos sensacionales victorias de etapa, en Castelldefells y Formigal, con sólo tres días de diferencia. Todos ellos nacidos entre 1990 y 1991 abanderaban el nuevo ciclismo francés que mereció hasta un artículo entre nuestro histórico número 1, el de noviembre de 2014.

Pero han pasado tres temporadas desde entonces y si bien resulta innegable que el ciclismo de nuestros vecinos del norte goza de una salud esplendorosa merced a un calendario nacional consolidadísimo, unos patrocinadores que aportan estabilidad y facilitan la planificación a medio plazo y una inagotable cantera de la que por estadística siempre han de salir buenos corredores; también es cierto que esa generación que tanto ilusionó a la afición francesa en 2014 no ha terminado de dar ese último salto que les permita convertirse en referencia absoluta, especialmente en la Grand Bouclé. Sí, es cierto que Bardet, a sus 27 años, acumula ya un 2º y un 3er puesto en el Tour de Francia pero en ninguna de estas dos ediciones pareció estar en condiciones de siquiera poner en apuros a un Froome que vivió sus Tours más cómodos. El resto han pasado este trienio entre luces y sombras, oscilando del brillo más esplendoroso a la decepción más desconcertante.

El relevo

Pero ya ha quedado dicho que el ciclismo francés vive días de vino y rosas y a una generación que apenas le ha llegado a la madurez ya le está apretando las tuercas por detrás otro grupo de jóvenes promesas que amenazan con tomar los cielos a la mínima oportunidad. Corredores como Gaudu, Calmejane, Latour o Sénéchal apuntan ya a figuras de primer nivel, por no hablar de los Coquard o Alaphilippe, que a sus 25 años ya aparecen consagrados entre los mejores del mundo.

El caso más ilusionante quizá sea el de David Gaudu, vencedor del Tour del Porvenir en 2016 (sucedía en el palmarés a Marc Soler) y que sin haber cumplido los 21 y en apenas un año como profesional (debutó en agosto de 2016, como staggiaire en la FDJ), ha dejado destellos de una clase enorme en pruebas de primer nivel, como la Volta a Cataluña, el Tour de Romandía, Flecha Valona o la Milán-Turín, donde se ha medido a los mejores corredores del mundo con un resultado más que notable. Escalador muy ligero (apenas pesa 53 kgs según su ficha oficial) y con carácter, puede acabar comiéndole el terreno a Pinot en la FDJ a nada que el líder de la escuadra de Madiot de muestras de flaqueza.

No tan deslumbrante pero sí más consolidado aparece un Pierre Latour que salió del anonimato en la Route du Sud de 2015, cuando con apenas 21 años fue el único capaz de plantar cara a dos superestrellas del nivel de Contador y Quintana. 3º en la general final, se convirtió entonces en una promesa de joven escalador que hasta ahora se ha mantenido en un discreto segundo plano, a la sombra de Bardet. Con un estilo extremadamente agonista, como ya nos regaló en la Vuelta’16, cuando se impuso en la llegada a Aitana, Latour ha demostrado ser un corredor de raza, un elemento impredecible.

Pero no sólo de vueltómanos vive el ciclismo francés. Bryan Coquard, por ejemplo, es ya el tercer hombre de las volattas galas, junto a Bouhanni y Démare. En 2016, al menos, fue el más laureado de los tres si bien es cierto que hizo del calendario continental francés su principal caladero de victoria no lo es menos que 13 victorias en un solo año son muchas, como lo prueba el hecho de que sólo Sagan y Kristoff alcanzaron esa cifra. Más exiguo pero quizá más selecto resulta su casillero de 2017, con “sólo” 5 triunfos pero, probablemente, de más nivel. En 2018, con apenas 25 años, va a ser el líder absoluto de Vital Concept, un equipo de nueva formación que va a girar en torno a su figura y en el que gozará de todas las oportunidades posibles para brillar.

Y si el futuro del ciclismo francés en las Grandes Vueltas y en los sprints aparece luminoso, no le va a la zaga en las clásicas. Julian Alaphilippe es el máximo exponente y quizá la figura más relevante, de entre todos los jóvenes del pelotón internacional, de cara a las clásicas de las Árdenas. Sin el incombustible Valverde, el joven de Quick Step tendría ya 2 Flecha Valona y 1 Lieja. Además, ha sido 2º en Lombardia y 3º en San Remo este mismo año. El futuro de Alaphilippe, que en junio cumplió 25 años, se presenta esplendoroso, máxime cuando la vida competitiva de los clasicómanos suele ser más dilatada que la de los vueltómanos y muchos, hasta los 30 apenas han conseguido resultados destacables. Es, quizás, el corredor francés que más fácil tiene convertirse en una prima donna mundial en el corto plazo.

Y por último aparecen otra serie de corredores, como Calmejane, Gougeard o Sénéchal; que sin llegar aún los niveles de excelencia de los anteriores, han dejado muestras ya de ser capaces de batallar en distintos escenarios y con resultados esperanzadores. El primero de ellos se convirtió en una de las sensaciones del pasado Tour de Francia, con su victoria en la Station des Rousses. Era su séptima victoria del año, una cifra escandalosa para un corredor que no es especialmente rápido, y la confirmación de que lo visto en la Vuelta’16, cuando se impuso en la dura llegada a San Andrés de Teixidó, no había sido un espejismo. Calmejane, que no es un escalador puro como sí lo son Gaudu o Latour, tiene esa capacidad de sufrir y pelear en cualquier terreno que le convierte en un corredor muy interesante, de cara, especialmente, a acumular victorias parciales de prestigio.

En cuanto a Gougeard y Sénéchal decir que representan el futuro del ciclismo francés en las clásicas de adoquines. El fichaje del segundo de ellos por Quick Step para la temporada 2018 se puede leer en esos términos al menos. Sénéchal no ha podido ir a parar a una escuadra mejor para crecer en una disciplina en la que aparece como uno de los corredores emergentes más estimulantes.

En conclusión, que si el presente del ciclismo galo es realmente ilusionante, el futuro lo es aún más y al norte de los Pirineos ya sueñan con que esta media docena de corredores les devuelva la hegemonía perdida hace ya más de tres décadas. Para los aficionados más puristas y románticos sería, sin duda alguna, una noticia sensacional más allá de rivalidades vecinales.

Francia prevalecerá. O al menos eso es lo que parece.

SERGIO ESPADA

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