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REFLEXIONES TRAS EL ESPRINT DE KATOWICE

Con frecuencia, recién acabados algunos partidos de fútbol, se les pregunta a los protagonistas en la sala de prensa por tal o cual polémica sucedida durante el encuentro. La respuesta, en muchas ocasiones es la siguiente: “Las cosas del campo se quedan en el campo”. Y ahí se acaba el asunto.

 

Este corporativismo puede tener varias lecturas, casi todas ellas poco halagüeñas para el espectador medio. Se podría interpretar como un claro menosprecio tanto al periodista interrogador como al espectador o lector de esa rueda de prensa. Más o menos nos vienen a decir que no tenemos a derecho a saber lo qué ha sucedido porque no tenemos nivel para entenderlo, pues no formamos parte del colectivo, de la corporación. No llegamos a formar parte de esa élite. No somos ninguno de los elegidos.

Otra lectura es que este colectivo se rige por sus propias normas, independientes del resto por las que nos regimos el resto de los mortales. Están por encima del bien y del mal. Lo que sucede en ese espacio y tiempo no se puede juzgar conforme a la normativa común.

Trasladado al mundo del ciclismo, la frase podría reconvertirse en un “lo que sucede en la carretera se queda en la carretera”.

Tras lo sucedido en el esprint de la primera etapa del Tour de Polonia, en la que el neerlandés Fabio Jakobsen resultó herido de extrema gravedad, han surgido algunas denuncias. Quizás hayan fallado las formas. Porque es verdad que aquí, como en muchos aspectos de la vida, sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Y estas cosas debieran estar ya previstas, que ya somos mayorcitos. Los nervios, las declaraciones excesivas… han sido el pan nuestro durante estos días. Pero bueno; quien escribe comparte el fondo. Lo sucedido en el esprint de Katowice no puede ceñirse a lo estrictamente deportivo. Sobre todo porque poca duda cabe acerca de que la maniobra de Groenewegen es absolutamente deliberada, voluntaria, consciente… Reducir lo sucedido a una sanción meramente deportiva significaría en opinión de quien escribe beneficiar al infractor. Los tramposos del pelotón deben tener bien claro que el ciclismo no es algo al margen de la ley y que sus infracciones tienen consecuencias en la normativa común. Quien escribe también aplicaría este razonamiento al fútbol. No debiera ser que peleas entre futbolistas, con millones de espectadores, entre ellos niños, contemplando el espectáculo, queden absolutamente impunes de cara al ordenamiento jurídico común. Pero bueno; nos centraremos en nuestro deporte.

A estas alturas, la fiscalía de Katowice ya está interviniendo en el caso. Groenewegen puede ser acusado de un delito de daños y lesiones, ya que la voluntariedad de la acción es casi indiscutible. En la vía civil, también el sprinter de Jumbo-Visma puede verse obligado a resarcir al ciclista del Deceuninck-Quick Step con altas sumas de dinero. Una de las claves de estos juicios será si la responsabilidad debe ser compartida. Y si la UCI y la propia organización del Tour de Polonia no terminarán siendo también responsables en parte de los hechos.

Una vez dejado claro que lo que sucede en la carretera no debe quedarse sólo en la carretera y que el ciclismo –ni ningún otro deporte- no debe quedarse al margen de la legislación común para todos los mortales, introduciremos otros elementos de reflexión. En concreto nos referiremos ahora al contenido de las sanciones deportivas y su dureza o laxitud.

Dos de las características propias por las que el dopaje está penado en el mundo deportivo es porque altera el rendimiento de quien lo practica y, por tanto, adultera la competición. La otra característica es que supone un atentado contra la salud del deportista.

Pues bien. He aquí que ambas características están presentes en los sucesos del esprínt de Katowice. Pero todavía hay más. La actitud de Groenewegen ya no sólo atenta contra su propia salud (recordemos que acabó con fractura de clavícula). Su actitud contiene un agravante. Y es que atenta contra la salud de los deportistas rivales, pues fueron varios los involucrados, siendo Jakobsen por supuesto el más afectado.

Con esta reflexión, ¿no cabría endurecer las sanciones deportivas ante este este tipo de comportamientos? Sobre todo en los casos en que la voluntariedad del infractor respecto a su conducta punible queda fuera de toda duda. Porque todos somos conscientes de la gravedad de una conducta así en un esprínt final a casi 70 kilómetros por hora. Nadie, absolutamente nadie, puede alegar desconocimiento.

El ciclismo es de por sí un deporte muy peligroso. No necesita que sus propios actores lo conviertan, voluntariamente además, en más peligroso todavía. A estas horas, parece que Jakobsen evoluciona favorablemente. Eso es lo más importante. Pero todos los actores implicados deberían tener claro para el futuro que sucesos como el Katowice no deben volver a suceder. O, por lo menos, que los futuros tramposos no puedan aducir que desconocían las consecuencias de sus actos.

RAÚL ANSÓ ARROBARREN

@ranbarren