Pocos sitios hay más clásicos de la Vuelta a España que la subida empedrada de las Murallas de Ávila. Generaciones y generaciones han visto al pelotón sufrir en las leves, pero agarradas rampas que coronan la murala de la ciudad castellano-leonesa. Pese a ser una histórica de la Vuelta, la capital abulense recibió por primera vez a la caravana ciclista en 1971 procedente de Segovia, con victoria para un joven Zoetemelk.
La historia de Ávila va más allá, sin embargo, de su relación con la tercera grande del calendario. El producto de su cantera ha sido protagonista del ciclismo mundial. Desde Julio Jiménez, apodado ‘el relojero’, hasta Carlos Sastre, ganador de un Tour de Francia, han pasado ciclistas magníficos como el tristemente desaparecido José María Jiménez, gran escalador de la segunda mitad de los años ’90. Al igual que Paco Mancebo, que si bien no llegó a las cotas de los anteriores, sí estuvo muy presente en el Tour de Francia, o Ángel Arroyo, que fue un ciclista muy importante en la recuperación del protagonismo del ciclismo español en el Tour de 1983, siendo segundo.
Ávila ha sido célebre etapa de finales de carrera, con etapas de tercera semana y procedentes de la sierra de Gredos. Etapas hermosas en su recorrido y en su desarrollo, si bien con los años dichos puertos se han ido dejando de lado, al igual que la propia ciudad amurallada, que regresará en 2015 tras seis años de ausencia. Mijares, Serranillos, Navalmoral, el Mediano… son algunos de los puertos que han jalonado las grandes gestas de ciclistas míticos como Luis Herrera, Laurent Jalabert o Frank Vandenbroucke.
Pero la gran epopeya que encumbró a Ávila fue la llevada a cabo por el gran Bernard Hinault. Gorospe partía como líder de Salamanca, pero en Serranillos se vio una de las mejores etapas de ciclismo de la historia. Atacaba el ‘tejón’, con un jovencísimo Fignon como esbirro. A base de fuerza se quedó el líder, que se hundió estrepitosamente. Con Hinault coronaron Belda y Lejarreta, que llegaría con él hasta meta una vez atravesada la subida a La Paramera. Allí el francés no tuvo rival y ganó también la etapa.
La siguiente victoria épica tuvo lugar en 1995. Abraham Olano partía como favorito, pero el más fuerte era otro galo, Laurent Jalabert. Eligió también Serranillos para poner la carrera patas arriba en un día de frío y niebla pese a tratarse de la primera edición que se celebraba en septiembre. Ganó con casi cinco minutos de ventaja sobre el grupo donde viajaba un desasistido Olano.
En 1996 recibió dos etapas, una con meta de una durísima contrarreloj, la última en la que vimos rodar a Miguel Indurain con salida en El Tiemblo. La segunda, con Zulle como capitán de la ronda, le vio sufrir y ser apretado por su compatriota Dufaux, que ganó la etapa, pero sin margen para derrotar a su enemigo.
La última gran batalla vista en Ávila fue la que planteó el belga Vandenbroucke. El desaparecido ciclista estaba en una forma sublime, con leyenda urbana de que si ganaba la etapa tendría cita segura con alguna azafata. VDB cuidó del liderato de Ullrich, que corría en otro equipo, y una vez estaba asegurado se lanzó con un ataque sostenido en Navalmoral, rompiendo el pelotón en mil pedazos. Se dejó alcanzar para saltar después en el empedrado y dar la enésima exhibición de clase.
No fue tampoco desdeñable el espectáculo aportado por Mancebo en la llegada de 2004. El líder del entonces Illes Balears atacó en Serranillos, cortando el grupo. No contento con ello, lo volvería a intentar en la subida a Navalmoral. Provocó la reacción de los líderes, pero bien es cierto que dignificó una etapa que volvería a celebrarse en 2005 y que desde entonces no ha tenido lugar. En 2009 se llegó por última vez a las murallas y el ganador fue el irlandés Deignan. El intenso frío impidió que nada pasase, pero la dureza de la etapa, de media montaña, era de aúpa.
L.S.
