La ascensión a Envalira en la pasada Vuelta ha supuesto el último ejemplo de los efectos que produce el frío en los corredores. Basso abandonó, Valverde se cortó, el pelotón se fraccionó… todo a causa de la baja temperatura reinante. Sin irnos mucho más lejos en el tiempo, en el pasado Giro, vivimos más de un episodio de nieve.
Algunas etapas incluso sufrieron modificaciones importantes, pero la última, incluyendo la meta en las Tres Cimas de Lavaredo conservó el final, aún teniendo que limpiar en varias ocasiones el firme. La carrera estaba sentenciada y poco margen había para las sorpresas, pero fue espectacular ‘ver’ ganar a la maglia rosa entre el blanco elemento.
El Giro, celebrado en mayo, ha dado pie en más ocasiones a este tipo de etapas épicas, las del sálvese quien pueda. Pero no hay que olvidar que también se han dado en el Tour, las últimas veces con el Galibier de protagonista. Sus rampas se escalaron con granizo en 1998. Todos conocemos el final de aquella apasionante victoria de Pantani sobre Jan Ullrich. Dos veranos antes fue la nieve la que hizo acto de presencia, teniendo que suspender y recortar la etapa que llegaría a Sestriere y ganaría Bjarne Riijs.
Aún en la Vuelta cuando se celebraba en abril hubo alguna suspensión por nieve como la de Pla de Beret de 1991. Con su cambio de fechas, el tiempo ha mejorado. Se ha mantenido hostil en pruebas como la Volta, suspendiendo en 2012 su etapa reina, o París-Niza, cuyo habitual mal tiempo ha ahuyentado a las figuras, pese a que Tirreno también haya vivido etapas de temporal.
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El dolor que sientes encima de una bicicleta con el frío es indescriptible. Chapeau por los profesionales que han disputado estas etapas míticas.