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El ciclismo del miedo a la épica

Tras la resaca que dejó la quinta etapa del Tour de Francia llegan las valoraciones, los aplausos y, por supuesto, las quejas. Cancellara opina que los adoquines se deben separar de las grandes vueltas. En algunos medios, inclusive, hablaban sobre suspender la etapa, pensar en la integridad de los ciclistas y comentarios que deben obedecer más al tedio y el cansancio previo a las vacaciones. 

Porque lo visto el miércoles 9 de julio fue muy difícil para los corredores, es bien cierto. Pero para el aficionado fue un espectáculo ver a Nibali, Valverde o Contador pelear contra Sagan, Cancellara, Boom… Algo inédito para esta generación acostumbrada a las facilidades. Será precioso un ciclismo cómodo de carretera nacional y sin dificultades, pero no será tan bonito ver dichas carreteras vacías, las audiencias desplomadas y los equipos desaparecer.

El hecho es que cada cual aporta quejas sobre lo que no le conviene. A los escaladores les encanta la alta montaña. Raro será escuchar a Purito Rodríguez quejarse de las rampas extremas, terreno donde se defiende como pez en el agua. Las contrarrelojes benefician a unos y perjudican a otros, al igual que las etapas de viento, donde los ligeros trepadores lo pasan entre mal y muy mal. Nadie pensaría en eliminar una etapa ventosa y llana por ser un motivo de peligrosidad o molestia añadida para el corredor.

Sin embargo, sí se piensa con el pavé, un elemento que juega a favor o en contra de todos, donde la suerte influye, pero la integridad del ciclista no pasará de una avería mecánica o, como mucho y en casos muy contados, una caída que le obligue a abandonar. Normalmente las mismas se producen antes de llegar a los tramos adoquinados, debido a la pelea por la posición. ¿Se eliminarían las aproximaciones a las llegadas en alto? No hace tanto vimos perder una Vuelta a España a Igor Antón en una recta muy amplia debido a la lucha por la posición. ¿Son peligrosos los finales en alto por ello?

Por otro lado está el miedo de las grandes vueltas -sobre todo- a perder el control sobre sus carreras. ¿Y si no se decide en la última etapa? ¿Y si no gana el gran favorito y así descubrimos a una nueva estrella del ciclismo? Lógicamente, sin llegar al punto enfermizo, hay que velar porque el espectáculo se acabe lo más tarde posible, pero también hay que dar opción para que de vez en cuando la épica pueda resolver un gran duelo. El ciclismo vive mucho de su pasado, de las historias que de generación en generación se han transmitido sobre sus grandes campeones: Coppi, Bartali, Merckx, Anquetil, Fignon, Delgado, Indurain… ciclistas todos que han cimentado sus éxitos en saltarse el guión establecido.

Esos puntos de mítica serán pequeños recuerdos que sigan construyendo ciclismo, nuevas historias que contar, nuevos mitos. Antagonistas del ciclismo en miniatura que en algunos casos intentan fomentar suspendiendo tramos de pavé horas antes de la celebración de una etapa tan señalada como hizo el Tour. Por suerte o desgracia, la carrera explotó igualmente. Sin querer decir con ello que la solución en favor de la épica sean brutalidades como el Monte Crostis (bien en no ascenderlo, mal en decidirlo horas antes de la etapa), pero hay opciones que no pongan en riesgo la integridad física de los ciclistas, algo que al parecer es de gran interés para aquellos que no critican que durante tantos años se haya corrido en pleno mes de julio durante tres semanas, en las horas centrales del día y con el implacable sol del verano acechando. ¿Más atentado al físico que eso? O el Angliru, o el Zoncolan, o el Tourmalet. El deporte profesional no es sano.

Coherencia. Y descanso.

L.S.

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