Hay carreras con un prestigio tal que podrían permitirse durante un tiempo relajarse y olvidarse de reinventarse día a día. Pero en estos tiempos ese margen de error es mínimo y las consecuencias se resumen en pérdida importante de interés. Con más motivo si además cohabitas con una carrera que te hace sombra como Tirreno.
Otro problema son las indeterminables condiciones climatológicas o que año tras año la nieve recorte más de una etapa o añada dificultades. Ahí Tirreno tiene mucho ganado. De hecho, es su gran arma.
Pero hay otro factor que influye, que es el tedioso y aburrido recorrido. Conociendo el ciclismo de hoy día y pudiendo variar de año en año, siempre se ve el mismo tipo de etapa o con los puertos muy alejados de meta. Cantos a lo anodino, a que el pelotón juegue su suerte en una o dos etapas decisivas y contemple el resto. Ahora el ciclismo demanda otra cosa. Hasta los amos del inmovilismo como el Giro y el Tour se han dado cuenta.
Teniendo la historia, la participación y la posibilidad de narrar una bonita carrera, ¿por qué no hacerlo? Tirreno-Adriático no es un objetivo en sí para una amplísima mayoría de ciclistas. París-Niza es el primer objetivo real y donde comienza la exigencia de los resultados. Pero si no reaccionan ante este cambio de tendencia, bien podrían tener problemas.
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