Es un rumor que ha sido negado por ambas partes, como bien recogen varios portales digitales. Los directores de ambas carreras se han apresurado a parar la rumorología, pero no sería la primera ocasión en la que este tipo de negociaciones se lleven en secreto y se confirmen tiempo después pese a la negación previa de las mismas.
El objetivo de la empresa francesa podría ser hacerse con el control absoluto del grueso duro del ciclismo profesional, adquiriendo no sólo el Giro de Italia –este hecho les haría propietarios de las tres grandes rondas por etapas tras adquirir el 100% del accionariado de la Vuelta-, sino las rondas asociadas como Tirreno-Adriático, Milán San Remo o Giro de Lombardía.
No hay duda en que sería una jugada maestra, ya que de ese modo la UCI pasaría a ser apenas un organismo secundario. Ya de por sí lo es, ya que los equipos tienen mucho más respeto a ASO, de quien depende la participación en el mayor escaparate para marcas del actual ciclismo, el Tour. Sin el Tour, poco sentido tiene la existencia de muchos equipos.
Ante tal tesitura, sería positivo el monopolio, ya que así se podría optar por una misma política de acción en varias materias, como, por ejemplo, la lucha contra el dopaje, en la que la UCI es sospechosa de ensuciar el nombre de su propio deporte o de retrasar procesos debido a su propio interés.
Sin embargo, parece difícil que las pruebas italianas formen parte de una empresa francesa. El arraigo del ciclismo en el país transalpino haría de ello una cuestión de estado, sería muy mal visto por los tifosi, que bien podrían dar la espalda a sus propias carreras. España, en ese sentido, es diferente. El seguimiento del ciclismo depende de los éxitos que puedan lograr sus deportistas, como sucede con la Fórmula 1, el tenis o el fútbol, sin ir más lejos. Por ello la compra de la Vuelta poco o nada tendría que ver con la revolución que podría suponer la del Giro por parte de ASO.
