Editorial publicada en el número 43 de la Revista Planeta Ciclismo.
Detrás de esta perogrullada de titular se encuentra una explicación más larga sobre lo que se ha modificado más en el ciclismo actual respecto a los tiempos pasados en la forma de obtener diferencias. Me refiero al supuesto desequilibrio provocado por la evidente reducción de kilómetros contra el reloj frente al aumento casi sin freno de etapas montañosas, casi siempre con llegada en alto.
El resultado de mi análisis es que, pese a disputarse etapas con una dureza no vista antes, básicamente por las pendientes visitadas, es mucho más difícil sacar diferencias realmente jugosas en ellas, por temas que ya hemos hablado antes como es el aumento del nivel medio del pelotón o el mayor conocimiento del terreno. Tampoco es baladí la múltiple presencia de asistentes de los corredores en numerosos puntos del recorrido que permiten a los corredores un avituallamiento prácticamente a la carta.
Pongamos algunos ejemplos de cómo grandes etapas, con desarrollos espectaculares, dieron poco fruto. Empecemos por el Tour, aunque nos tenemos que remontar a los años previos a la tiranía Sky-Ineos. Es el año 2011 y Andy Schleck se marca una cabalgada histórica camino del Galibier apoyándose en corredores de su equipo en el Izoard y el Lautaret. Resultado, dos minutos escasos a su hermano y a Cadel Evans, que se los ventilo en la crono de unos días después de 41 kilómetros. Pasemos al Giro 16, la etapa de Risoul, recordada por la caída tras coronar el Agnello de Kruijswijk. Pese a toda la locura posterior, los primeros quedaron tanto en la general como en la etapa en dos minutos y el holandés mantenía puesto en el podio, que perdería el día posterior seguramente por las consecuencias de la caída frente a Valverde, pero atención, cediendo únicamente poco más de un minuto.
Terminemos con La Vuelta, también en 2016, con aquella maravillosa locura de Contador que secundo a Quintana y mostró al Froome más asequible de los últimos años. Fueron más de cien kilómetros a toda velocidad, con desfallecimientos y ayudas inesperadas, que se tradujeron en menos de tres minutos del colombiano frente al inglés. Distancia que casi se redujo a la nada en la crono del antepenúltimo día de treinta y siete kilómetros. Al final, la victoria de Nairo se sustentó básicamente en las diferencias sacadas en La Camperona y Los Lagos.
Con más extensión podríamos buscar otros casos donde pese a etapas con desarrollos gloriosos, los resultados finales son magros, mucho esfuerzo para poco botín que es fácilmente absorbido en las cronos, pese a su reducida distancia. A lo mejor, hay más equilibrio del que pensamos.
DANIEL MATEOS