Los buenos genes de Taylor Phinney

Connie Carpenter-Phinney, estadounidense nacida el 26 de febrero de 1957, ha sido la primera en todas las fases de su vida. Cuando estaba cerca de cumplir quince años participó en los JJOO de invierno de Sapporo, consiguiendo la séptima plaza. Actualmente sigue siendo la norteamericana más joven en disputar unos Juegos Olímpicos. Continuó entrenando hasta 1976, pero una lesión de tobillo le obligó a acercarse a otro deporte: el ciclismo.

Connie empezó a montar en bici como hobby, pero poco a poco sus cualidades físicas (178 cm, 59 kg) la elevaron a la élite, consiguiendo la victoria en 12 Campeonatos de EEUU junto a 4 medallas en los Campeonatos del Mundo, tanto en carretera como en persecución individual, en pista.

Pero la americana aún llegó más lejos. Corría el año 1984 y tras la aceptación del COI la prueba en ruta femenina había sido incluida en el calendario de los eventos olímpicos que se iban a disputar en Los Ángeles en aquel verano. Connie estaba nerviosa porque apenas había competido en los EEUU. Fue incluida en el equipo nacional.

Su marido, Davis Phinney, bronce en contrarreloj por equipos en esos mismos juegos, le dio algunos consejos y Connie se alzó con la victoria en el sprint frente a su compatriota Twigg, ostentando el honor de ser la primera ciclista que conseguía un oro olímpico.

Por tanto, no es de extrañar que un ciclista que responde al nombre de Taylor esté ganando ya etapas. Sus padres le han dotado de una genética envidiable, aunque aún le quedan muchos kilómetros y carreteras para alcanzar las cotas que alcanzó su madre.

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