Corría el año 2004. Eran los años dorados de un Gilberto Simoni que en la edición anterior había arrasado en la ronda italiana. La participación no era, además, nada del otro mundo. La mayor amenaza a su reinado era el ucraniano y emergente Popovych, tercero en la durísima edición anterior y fiel gregario de Lance Armstrong poco tiempo después.
El impetuoso Garzelli parecía, sin embargo, el gran rival. Otro aspirante en la salida era el también ucraniano Serguei Honchar, un contrarrelojista que a base de grandes desarrollos aguantaba en la montaña. Finalmente fue segundo en aquel Giro a base de tesón y entrega, pero el primer clasificado no sería Simoni, sino un semidesconocido que corría en su mismo equipo y que había destacado en el pasado Giro del Trentino, antesala del gran Giro: Damiano Cunego.
En las primeras etapas el italiano venció al sprint mientras el capitano de Saeco lo hizo en la primera llegada en alto. Parecía que uno buscaría las victorias parciales y el otro la general. El guión estuvo escrito incluso después de la contrarreloj. Yaroslav Popovych se colocó de líder y Simoni tenía que recuperar tiempo sin dejar pasar una sola oportunidad.
Saeco tenía ante sí una jornada durísima que conducía a Falzes. Que la etapa no acabase en alto permitía otro tipo de estrategias. Tenía que ser un golpe de mano sutil al comienzo, pero descarado al final. El conjunto rojo comenzó a mandar balas por delante en las escapadas. Estaban jugando con las cartas marcadas. La estrategia era de libro, de pizarra.
Llegado el momento Simoni probó y más tarde, al ver que no le dejaban marchar, fue Cunego el que arrancó. El segundo de a bordo debía tener respuesta de los líderes para ser remachados por un Simoni en plena forma. No fue así. Los rivales bien no pudieron, bien no quisieron temerosos del contrataque del ganador del Giro en ejercicio.
El resultado fue que Cunego comenzó a cabalgar y el ataque se reconvirtió para su victoria. Con una pedalada imparable, el pequeño escalador fue encontrando compañeros que le fueron llevando en volandas hacia la meta. Fue un triunfo hermoso. Por detrás, Simoni buscó tretas de mal compañero, invitando a los rivales a atacar y marcharse con él, borracho de ambición.
Jornadas después en las rampas del Mortirolo la maglia rosa tuvo que soportar ataques a dúo entre Garzelli y Simoni, su compañero. Para su suerte tenía piernas las mejores piernas que se le recuerdan, por lo que supo arreglar la situación sin mayor problema.