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Mauro Vegni y la deriva del Giro

Tras los escándalos de Michele Acquarone, la jefatura de RCS la tomó el que era su mano derecha y ha llevado el peso en la elaboración de los recorridos durante tantos años. Ahora afronta el reto de ser la cara visible de una carrera que atraviesa numerosas dificultades. Muestra de ello han sido las múltiples variaciones de rumbo a los que se ha visto sometida una prueba que no termina de encontrar el punto adecuado. 

Bien es cierto que los dos últimos ganadores son de campanillas y que tener en el palmarés al mejor corredor italiano de la década, Vincenzo Nibali, y al prometedor Nairo Quintana no es algo a despreciar. Sobre todo, cuando cuesta mucho que las estrellas se impliquen más allá del Tour de Francia. Pero no hay que olvidar en qué circunstancias se han producido estos triunfos, eclipsados por elementos que empequeñecieron sus gestas. En el caso del italiano el mal tiempo obligó a suspender un gran porcentaje de pasos montañosos en cotas superiores a los 2.000 metros. Inclusive la totalidad de la etapa reina, con meta en Val Martello.

Precisamente esta etapa tuvo repetición en 2014, con victoria en su cima para el escalador colombiano que se haría con la maglia rosa y no la abandonaría hasta el final. Sin embargo, aquí la protagonista fue la polémica. El nublado descenso del Stelvio provocó la neutralización de la carrera y el famoso affaire entre los mensajes en redes sociales, lo que decía la organización, etc. El resultado fue una escapada clandestina de Quintana, que sólo tuvo que remachar a sus compañeros de fuga para asestar el golpe definitivo al Giro. Una victoria un tanto agridulce.

Pero el historial descafeinado del Giro no termina ahí. En 2012 un gris Hesjedal se impuso en la última contrarreloj al corredor más fuerte de la carrera, el carismático ‘PuritoRodríguez, que hasta entonces había dominado. 2011 vio la victoria de Contador, cierto, pero la anulación de los resultados dejan en entredicho aquella edición en la que, además, falleció Weylandt en la tercera etapa y su sombra se prolongó tanto que hasta se suspendió el paso por el temible Crostis, presión de los equipos y la UCI mediante. Scarponi figura en un año para olvidar.

2010 trajo las polémicas del sterrato, pero fue una gran edición. A punto estuvo de colarse en la fiesta un inesperado David Arroyo, que por un error táctico tuvo que ceder en Aprica su bien ganada maglia rosa. Fue un Giro bonito, de alternativas y con gente buena, no en sus mejores años, peleando por la victoria. Se puede decir que fue la última gran edición del Giro, sin complejos y con competitividad real.

Es precisamente el palmarés lo que más luce del Giro, pese a que las grandes figuras esquiven correr en mayo para poner en riesgo el Tour de Francia. Ni siquiera las estrellas italianas aseguran al 100% su participación. Un grave problema acentuado por variaciones acusadas en el recorrido. De ser adalides de la alta montaña y los encadenados imaginativos al final en altismo que la Vuelta a España predica y ha convertido en bandera, con buen resultado. Esa ligera copia de ideales no ha supuesto buenos réditos a su homónima italiana, que no ha encontrado esos ataques explosivos ni esa atención mediática que esperaba.

La tradición indica que es la segunda gran vuelta en interés, pero los tiempos han cambiado y actualmente se encuentra a años luz del Tour y en desventaja táctica y posicional con la Vuelta, que claramente le ha comido la tostada desde que se celebra en septiembre. Los ciclistas prefieren no arriesgar antes del mes de julio y, en caso de tener algún percance o no encontrar el golpe de pedal, poder desquitarse en la Vuelta. Contador, Froome y Valverde son buen ejemplo de ello.

Por atraer a los dos primeros se ha diseñado un trazado que en 2015 ofrece montañas menos evidentes y menos acumuladas y una crono de 60 kilómetros que rompe los esquemas actuales en los diseños. ¿Por qué este cambio tan visceral? Simplemente por necesidad de atraer figuras y tener una pelea legendaria que contar a los aficionados. El problema es que de una hipotética pelea entre Nibali, Froome y Contador, todo ha quedado en que el español va a ser el único del tridente en acudir. Ni Valverde, ni Quintana, ni Purito, ni Pinot, ni muchos grandes corredores van a ser de la partida. Únicamente el prometedor Fabio Aru podría ser un rival en teoría para el madrileño, que bien podría tener en mente el reto de ganar las tres grandes en una misma temporada.

Por todo ello, el Giro y Vegni tienen trabajo que hacer. Como dar el protagonismo al recorrido no ha resultado como esperaban, han vuelto a la senda de elaborarlos con el fin de conseguir atraer a las estrellas que realmente dan la repercusión mediática y atraen audiencias y, por ende, patrocinadores. Es en esa ecuación donde sólo cabe una reducción de dureza, para vender que el riesgo de desgaste de cara al Tour no es tal. Con ojo, porque el recorrido no ha perdido dureza con respecto a ediciones anteriores. Un marketing que intentó cimentar Acquarone y que nadie creyó. Los prejuicios no cambian en el siglo XXI y las primeras impresiones prevalecen, y el Giro siempre será “la carrera más dura del mundo”, eslogan que a la larga tanto ha perjudicado los intereses del propio Giro. Todo lo contrario a lo que merece una gran carrera como ésta.

L.S.

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