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¿Son posibles un ciclismo y un cicloturismo diferentes?

Este fin de semana se suma una nueva víctima (además, por parte de un menor de edad) en la carretera. Un cicloturista más que añadir a una cifra vergonzante y que deja a España una vez más a la cola de la adaptación de las bicicletas en las vías urbanas e interurbanas. En muchos casos por causa de la mala suerte, en otras por culpa del ciclista y en muchas otras por culpa del conductor, donde en otros tantos casos por positivos en controles de alcoholemia y otros. 

Se construyen carriles bici como solución, pero ni al ciclista le gusta ir encajonado en una ruta que nunca varía (uno de los atractivos del cicloturismo es precisamente la libertad de elegir destino y transcurso), ni al final es una resolución del conflicto entre coches y bicicletas. Ambos tienen derecho a coexistir y la obligación a respetarse. Muchos casos de desconocimiento al volante provocan escenas tristes en las que siempre se recrimina al débil su circulación por la carretera. Por ejemplo, el cambio de normativa en el rodar de los grupos de ciclistas en pelotón es uno de los más recurrentes.

El ciclista tampoco se libra. ¿Cuántos semáforos se ve saltar a un ciclista urbano? La persona que monta en bicicleta debe respetar las regulaciones de tráfico, al igual que tiene derecho a ser respetado en las rotondas y cruces como un vehículo más. Sería injusto decir que en la gran mayoría de los casos no sucede, porque no sería hacer honor a la verdad. Sin embargo, sí hay que seguir concienciando para que los casos bajen al número más próximo a cero posible. El ciclista es el débil y el más expuesto: es al que más hay que proteger.

¿Cómo solucionar estos problemas? La educación puede ser una solución. Cada vez se ve más el uso de la bici como transporte habitual. Todo cambio lleva tiempo, en unos años las personas estarán más habituadas a convivir con este nuevo habitante de las ciudades. Ha pasado con cuestiones sociales que han ido ganando aceptación con el paso del tiempo. Pasará lo mismo en este caso, no hay duda. Mientras tanto, hay que ayudar a que ese proceso se acelere y evitar así muertes inútiles. Lo que no puede pasar es que un deporte limpio, ético y de bien social se tendiese a practicar menos por miedo a un atropello.

De la mano de este problema va el ciclismo profesional, aunque en sentido inversamente proporcional. El seguimiento de este deporte se ha visto reducido drásticamente. La imagen del ciclismo es nefasta, muy poca gente cree en la limpieza del mismo. Los casos de dopaje se añaden uno tras otro. Es cierto que de un tiempo a esta parte los grandes casos han dejado de estar a la orden del día, pero la sospecha siempre está. La apertura a países emergentes ha frenado en parte ese aire clásico del pelotón. Esa competencia a los europeos dificulta ese plus que da el seguimiento desde los países históricamente clásicos de ver a sus pupilos luchar la victoria en las carreras. Sí, Nibali gana el Tour para Italia, pero no existe esa decena de corredores que imponga su fuerza en casi todas las jornadas de escapadas, ni velocistas.

La globalización reparte el pastel entre muchos otros países. La crisis de imagen ha arrastrado también a la de patrocinios, lo que evita el tránsito de fichajes y licencias, que sobreviven gracias al amparo del World Tour, un invento que pierde sentido con el tiempo y que sólo asegura que una élite del ciclismo mantenga sus privilegios, aunque en ocasiones sin criterio deportivo. No hay meritocracia, sino un aspecto comercial y económico. Al igual que las carreras, que son elegidas para entrar en uno u otro calendario por motivos estratégicos. Es legítimo que una carrera de tanta calidad (cada vez mayor) como el Tour de San Luis avance a pasos agigantados y pase a formar parte del WT, pero ¿no merecería esa categoría alguna otra que década tras década ofrece grandes participaciones y espectáculos? La tempranera Challenge de Mallorca o la Vuelta Andalucía son dos ejemplos claros.

Los ciclistas, además, no defienden su deporte como debieran. Los ciclistas ya no son los héroes de antaño, aquellos que eran recibidos en ciudades como auténticos gigantes y esforzados de la ruta. Ya hay sospecha y es una cuestión que tardará generaciones en recuperarse. No hay lugar, por tanto, para el divismo y la cerradumbre, sino para la cercanía y la venta de su propio trabajo. Aún hay algunos corredores que siguen anclados en comportamientos de época de bonanza.

Tampoco defienden bien su trabajo con el conservadurismo que ofrecen en muchas carreras. Bien es cierto que al final es el resultado el que determina un contrato u otro, un sueldo u otro, y que ellos saben muy bien calcular dónde están los límites. Pero una cuestión es esa y otra muy distinta luchar por el segundo puesto de salida, sin buscar el primero a no ser que demuestren una superioridad manifiesta. Falta más batalla encarnizada, menos compadreo en los ataques y más balas envenenadas, incluso más polémicas deportivas entre ciclistas. Armstrong-Contador, Pantani-Armstrong, Chava-Olano, Loroño-Bahamontes. Esos duelos en los que la afición toma partido y se decanta por uno u otro y el ciclismo se vuelve pasional y representativo.

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