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¿Volverá alguna vez el ciclismo de antes?

Año 1998. Montecampione recibe al Giro dieciséis años después de una tremenda exhibición de Hinault. Marco Pantani tenía aquella edición muy complicada, dada la gran superioridad del ruso Pavel Tonkov en la contrarreloj final. Una vez se inicia la subida, de unos 20 kilómetros, su equipo marca un ritmo cuartelero que pronto deja el pelotón hecho un solar. Al poco, el líder del Mercatone comienza una tentativa que no cejaría hasta la cima. Sin parar, sin rendirse. El premio fue que el ruso de Mapei hincó la rodilla y le cedió la maglia rosa de forma definitiva. 

Año 2014. Un pelotón repleto aún de favoritos inicia el ascenso a Montecampione. Los escapados se atacan duramente, buscando un pedacito de gloria, una victoria en una cima de prestigio. Sin embargo, los ilustres esperaban a que el falso llano cercano a la pancarta de 4 kilómetros a meta para iniciar las hostilidades. Apenas unos minutos en los que lucharon los que querían ganar.

Las diferencias entre una época y otra son insultantes en cuestiones médicas e históricas, no hay duda. Pero, ¿tanto ha cambiado este deporte en apenas 16 años? Sí, ya que en muchas materias nada tiene que ver este ciclismo con el de entonces. No sólo en la rapidez y la forma en la que ascienden los puertos y disputan los puntos decisivos, sino en la actitud ante la victoria. ¿Se trata de miedo a ganar? ¿A perder? ¿A lo imprevisible? ¿A perder el control?

Los ataques son la esencia del ciclismo, sobre todo a nivel de espectador. Sin ellos pierde espectacularidad y luce mucho menos. Sin ellos mucha gente se bajará de un tren que durante muchos años ha tenido un papel muy importante en los medios generalistas y en el aficionado medio. Un papel que estos días se ha visto muy reducido gracias a casos de dopaje, falta de credibilidad, pero también a la falta de movimiento en un pelotón en el que sólo los jóvenes o los que aún no se han hecho un nombre dejan todo en la carretera.

El ciclista debe pensar en global y acordarse de tantos compañeros que están sin trabajo, sin hueco en el profesionalismo debido a la falta de equipos. La caída de carreras tampoco facilitará las cosas. Sin ataques el chiringuito se cae, se viene abajo. El control absoluto de los directores están convirtiendo en un videojuego un deporte de corazón, de raza y de imprevisibilidad, precisamente lo que le ha hecho ser uno de los más bonitos y seguidos del mundo.

¿Soluciones a esta situación? Es la pescadilla que se muerde la cola. Hay propuestas de reducir los miembros de cada equipo, de eliminar los pinganillos. Pero es un arma de doble filo. Otro posible cambio podría ser cambiar los recorridos, plagados de finales en alto demandados por una audencia cada vez más fugaz y de corta duración. El riesgo es que perdamos esos escasos minutos de entretenimiento que ahora disfrutamos por la nada absoluta. Otro cambio a valorar sería variar los sistemas de puntuación, premiando más la victoria. Tal vez deberían participar las audiencias y dar bonificaciones en televotos a los corredores más combativos. Inclusive metas anticipadas tomando tiempo en las cimas de los puertos. Revolucionar las aburridas y tediosas retransmisiones.

Muchas soluciones sin salida, ya que dentro del World Tour aún se sobrevive bien. El ciclismo tiene ante sí un momento crítico, donde carreras tan espectaculares como el Giro pasan sin pena ni gloria, sin televisiones en abierto o historias que contar. Después llegarán épocas de vacas gordas que enmascaren la falta de reacción ante los problemas y volveremos todos a mirar para otro lado.

L.S.

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