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VUELTA A ANDALUCÍA 2017: VALVERDE A CIEN

A veces nos planteamos si no estaremos perdiendo nuestra afición al ciclismo. Si no nos estaremos convirtiendo en unos viejos cascarrabias. Si no nos estaremos anclando en el pasado, desdeñando los cambios que la UCI pretende introducir en nuestro deporte con el objetivo de adecuarlo al momento actual y su consiguiente globalización.

Acostumbramos a rememorar batallitas de ciclistas del pasado, e incluso a veces nos parece que los ciclistas de hoy en día son incapaces de hacernos vibrar como lo hicieron los corredores de nuestra infancia y juventud. Y nos preguntamos: ¿Será que estoy en lo cierto y es así o será que me estoy haciendo viejo y ya no amo a este deporte como en mi juventud? Como el desgaste de la convivencia diaria con una pareja a la que amamos con locura en nuestros años mozos, pero en el que va pasando factura el paso de los años…

La pasada edición de la Vuelta a Andalucía, por lo menos a mi, me ha resuelto algunas dudas. O me ha confirmado lo que ya podía intuir como respuesta a esas dudas.

Los aficionados al ciclismo no necesitamos, por lo menos de entrada, de escenarios míticos donde los ciclistas deban librar sus batallas. No necesitamos un Tourmalet, ni un Aubisque. Puertos como estos pueden ayudar, con su extraordinaria y majestuosa puesta en escena, a engrandecer una gesta deportiva. Pero siempre serán algo secundario, supeditado a la actitud de los ciclistas. ¿Cuántos puertos míticos de esos se están convirtiendo en puertos de paso en los que apenas sucede nada en la actualidad? Puertos en los que los máximos favoritos se dedican a subirlos como mero desgaste, sin apenas cruzarse un ataque, y así van encadenando ascenso tras ascenso. Cuando tras las etapas montañosas de recientes grandes rondas los aficionados nos quejamos de que no ha sucedido nada y de que antiguamente (aunque no siempre) podíamos casi ver a los ciclistas ascender de uno en uno… es que llevamos casi toda la razón.

Los Valverde, los Contador, los Rosa, los Landa, Poels, Pinot… nos han demostrado en esta Vuelta a Andalucía que lo que importa es su actitud; sus ganas de combate. Nada nuevo por otra parte. Pero es que, por lo que respecta a esos aficionados, se observa que responden con agradecimiento, siguiendo con interés el día a día de la ronda. Vamos: que a nada que los ciclistas ponen de su parte, la gran mayoría de aficionados respondemos enganchándonos a la carrera. Aunque ésta sólo se llame Vuelta a Andalucía. Que no es que estemos perdiendo afición por este deporte, sino que tenemos bien claro lo que nos gusta y lo que no.

Es de agradecer que primeros espadas del ciclismo actual disputen con tanta intensidad una prueba como la de Andalucía. Tendría que ser su deber. Pero como hace algunos lustros esto no era así, y esos primeros espadas aparecían en estas rondas a rodar arrastrando el dorsal y algunos kilos de más, los aficionados se lo agradecemos.

Con el interés surge el debate. Los métodos de preparación parece que han cambiado con respecto a hace algunos lustros. Hoy día parece improbable ver a un gran favorito al Tour, como en sus tiempos podía ser Jan Ullrich, acumulando kilómetros con dorsal en estas pruebas. Y eso es lo que el público agradece y a lo que se engancha; que los Contador, Valverde, Landa, Pinot, Rosa… futuros favoritos o nombres a tener en cuenta en las venideras grandes rondas por etapas, se estén ya repartiendo cera en el mes de febrero.

Se ha debatido estos días sobre si conviene o no a estos ciclistas estar en esos estados de forma a estas alturas de temporada. Si esto viene dado por la implantación del pasaporte biológico, si algunos corredores ya veteranos no pueden ya permitirse grandes períodos de descanso porque si no ya no son capaces de alcanzar un óptimo momento de forma, sobre las expectativas creadas por tal o cual corredor en los meses inmediatos… En fin: se habla de ciclismo, que es de lo que se trata.

Y para todo esto no han sido necesarios fabulosos y míticos escenarios. Generalizando, han bastado dos etapas más o menos montañosas, una cronometrada individual y dos etapas relativamente llanas. Una prueba de cinco días, con un recorrido bastante equilibrado, y con escasas y emocionantes diferencias en la general. Esa emoción no se ha conseguido a base de que la carrera estuviese bloqueada hasta su final, como acostumbran algunas famosas carreras en la actualidad, sino precisamente por la razón contraria: los ataques se han sucedido desde la primera jornada. La organización ha metido una contrarreloj con una distancia justa para que la cosa no se fuera de las manos teniendo en cuenta las características de las etapas de montaña. Ha sido un acierto. Se les podrá achacar que podrían haber metido las etapas de montaña en el final, pero también eso podría haber conllevado un bloqueo de la carrera.

Hemos tenido hasta polémica, pero en un plano estrictamente ciclista: la pillería o no de Alberto Contador de salir antes del top en la cronometrada.

Hemos asistido también al enésimo episodio de la rivalidad-pique que mantienen nuestros dos ciclistas más importantes de la actualidad. Por lo menos esta vez, no han sido unos terceros los beneficiados de ese marcaje, y la Vuelta a Andalucía ha sido por un solo segundo de ventaja para Valverde. Segunda victoria de Movistar en la segunda prueba por etapas del calendario español. Y con corredores diferentes.

La Vuelta a Andalucía 2017 ha dejado un buen regusto. Carreras así nos reconcilian con el ciclismo. Los aficionados a este deporte somos de buen conformar. A nada que haya un mínimo trazado que propicie la batalla, y a nada que los ciclistas pongan algo de su parte en ofrecernos espectáculo, nos enganchamos a la carrera y disfrutamos. No necesitamos mucho más.

Que siga el ejemplo.

@ranbarren

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