Se trataba de un gran corredor, un campeón, eso no hay quien lo dude. Míticos fueron sus ataques, como también lo fue su look halopécico acompañado de su perilla de pirata. Un clásico que nunca pasará al olvido porque siempre se le echará de menos en cada carrera falta de combatividad, por desgracia la mayoría.
El anhelo de Marco, que está a punto de cumplir diez años de leyenda, no debe distorsionar la realidad: era tan espectacular como poco efectivo. En toda una década fue capaz de ganar un Giro y un Tour, además el mismo año. Pero no hay que perder la perspectiva y dejar pasar la circunstancia: eran malos años para los escaladores puros.
Lo que hacía realmente grande a Pantani era su previsibilidad. Todos de antemano sabían sus intenciones, pero además el punto exacto en el que iba a realizar sus ataques. Una ventaja que de poco le serviría a sus rivales, que poco o nada podían hacer para seguir la rueda del italiano. El guión era el mismo todas las veces, con la única salvedad del contexto o la etapa.
Muchas arrancadas con final feliz, casi siempre en las últimas subidas. Pero las que siempre serán recordadas no serán siempre las exitosas. Cabalgadas como las que llevó a cabo en el Giro de 1994 o en el Tour del 2000 dejando en evidencia al mismísimo Lance Armstrong han pasado a la historia.
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