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Sanroma, sangre de sprinter

Manuel Sanroma (Almagro en 1977 – Vilanova i la Geltrú en 1999) es uno de nuestros corredores más recordados. Su fatal fallecimiento cuando era una de las más firmes promesas del sprint ha rodeado de misticismo a un ciclista con un perfil poco común en nuestro ciclismo.
Fue un sábado. Aquel día la Volta llegaba a Vilanova i la Geltrú. El sprint final se presentaba como la opción más probable. Un adelantamiento suicida y un bordillo al descubierto nos dejaron sin uno de los mejores sprinters surgidos hasta la fecha en nuestro país. ¿Evitable? Quién sabe. Eso es ya lo de menos. La pérdida de Manolo a sus 23 años recién cumplidos fue un jarro de agua fría que en lo deportivo sólo los buenos resultados de los ciclistas españoles y la cercanía del Tour pudieron ocultar medianamente. En lo humano la pérdida fue irreparable. Sanroma perteneció a la estructura de Maximino Pérez, primero con el Estepona y después Fuenlabrada, que más tarde fuera Relax. Una estructura que parecía abonada a la tragedia, ya que en 1996 en el critérium de Fuenlabrada fallecería, también con las “botas puestas”, Espinosa. A estas desgracias habría que unir además la de Saúl Morales, atropellado en carrera por un camión mientras disputaba la Vuelta a Argentina.
Un ciclista fuera de la norma. 1998 fue el primer año de su fugaz carrera profesional. El manchego ya acarició el podio en Getxo, finalizando cuarto en la recta final. Por aquel entonces el ciclista de Almagro apenas era conocido, y pocos sabían de sus cualidades extraordinarias. En la Vuelta a Venezuela de ese mismo año se impuso en nada menos que tres etapas. Tal fue el estruendo de aquello que sus directores ya veían en él un diamante que pronto terminaría de explotar.
El conjunto Fuenlabrada se consideraba el animador de todas las pruebas nacionales, sin nada que perder y con mucho que ganar. Los jornaleros de la gloria, ciclistas que basaban su rentabilidad en los minutos de televisión que acaparaban con sus maravillosas cabalgadas por páramos desiertos o carreteras eternas con el calor palpitando sobre ellas. Manuel Sanroma era diferente, un corredor que no cumplía con aquel paradigma, sino que estaba destinado a marcar una época, ávido de hombres rápidos que aportaran victorias en aquellas interminables etapas llanas de las grandes rondas, donde desde Poblet no se veía un hispano dominador en tales plazas.
Vuelta a Valencia de 1999. Un gesto, la imagen de una trayectoria truncada.  En 1999 Manolo iba a dar un salto cualitativo en su calendario. Sus directores querían comprobar hasta dónde podía llegar el jovencísimo ciclista. A sus 22 años se disponía a foguearse entre los sprinters de mayor postín en la Vuelta a Valencia, donde participaba como gran atracción de las llegadas masivas un tal Mario Cipollini. El italiano contaba con un gran “treno” para lanzarle, famoso por acobardar a sus rivales, casi tanto por su frenético ritmo de lanzamiento en sus últimos metros, como por sus actitudes cuasi mafiosas.
Aquel día el pelotón llegaba cortado a los últimos Km. El gran Mario fue lanzado por su único compañero restante, pero, sorpresa, alguien parecía hacerle sombra. Aquel ciclista era un menudo ciclista imberbe que vestía unos colores poco reconocibles a este nivel. Sí, era Manuel Sanroma. No sólo batió al sprint a un impotente ‘rey león’ que trató de intimidarle con su hombro, sino que al cruzar la línea de meta tuvo que soportar la reprimenda del rey León, chaparrón que aguantó sin ningún tipo de complejo . Aquel gesto le hizo grande. Ganar al mejor del mundo mano a mano, un corredor acostumbrado a saltarse el reglamento y las leyes éticas del deporte, merecían un gesto como el suyo.
Meses después reafirmó sus condiciones venciendo en dos etapas de la Vuelta a Asturias y en la Vuelta al Alentejo portuguesa. Bien es cierto que en dichas carreras la participación fue inferior, pero fue tal la superioridad del manchego que sus directores pensaron que era el momento de acudir a una gran prueba como era la Volta.
Corría la tercera etapa. Aunque en los dos días anteriores no pudo vencer, sí había estado en la pelea en la segunda jornada. El tercero llevaba a los ciclistas a Vilanova i la Geltrú, donde el terreno llano anunciaba un sprint masivo. Todos esperaban la reedición de la pelea Cipollini – Sanroma cuando de pronto sucedió algo extraño: a lo largo de una recta en ligera bajada y con una velocidad elevadísima en el último kilómetro un ciclista sufría una aparatosa caída. Hemos visto a muchos ciclistas caer en esprines finales o incluso por precipicios sin consecuencias fatales, sufriendo a lo sumo heridas de guerra o roturas de algún hueso. Sin embargo, en esta ocasión seguida tuvimos la sensación de que algo grave había sucedido.
En el momento en el que la televisión anunció que se trataba de Manolo Sanroma todos los telespectadores enmudecieron, atónitos y esperanzados en que todo fuera un mal sueño. No lo fue. A los pocos minutos fallecía una de las mayores promesas del ciclismo español. Junto con Antonio Martín, Xavi Tondo, Mariano Rojas, Santiesteban… pasó a formar parte de la “grupeta” que entrena junta en el cielo y está siempre en nuestro recuerdo. Aquel fatídico día venció Cipollini.

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