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El día grande de Javier Otxoa

El vizcaíno se encumbró aquella tarde lluviosa de julio en el Pirineo francés, tras ascender las imposibles cumbres del Aubisque y Hautacam, allá donde los grandes campeones han ido dejando su sello en pos de la conquista del amarillo en París. Allí hablaron Indurain, Riijs, y aquel día Armstrong, que dio una exhibición de poderío y fue alcanzando uno a uno a una avanzadilla de escaladores. A todos menos a uno: Javier Otxoa.

El cielo estaba tan gris que parecía un sueño, una película que no podía ser verdad. Tan bonito que daba miedo despertar. Meses después la desgracia devolvió a la faz de la tierra al ciclista del Kelme, sufriendo lo que hoy se ha convertido en una lacra y entonces era sólo una mera preocupación: los atropellos. Uno de estos sucesos acabó con la vida de su hermano Ricardo y a punto estuvo de acabar con la suya.

Gracias a su suerte pudo restablecerse y realizar una vida prácticamente normal. Aquel héroe de Hautacam lo volvía a ser unos meses después, pese a no poder volver a competir de nuevo en la misma modalidad. Como paralímpico obtuvo varias medallas de oro y plata, siendo una referencia. Un pequeño hueco para quien podía haber conseguido todo.

Aquel día curiosamente coincidieron en el podio de la etapa tres nombres a los que la fortuna o el futuro no preparaban buen destino. Ya sabemos lo que le sucedió a Javier; también conocemos los méritos y deméritos de Armstrong y lo cuesta arriba que se le están poniendo las cosas; el tercero aquel día fue el Chava Jiménez… Poco más se puede añadir.

Los últimos kilómetros fueron de chicle, nunca terminaban, siempre parecían más largos de lo que realmente eran. El pedaleo cansino de quien llevaba escapado desde los primeros compases de un etapón durísimo de alta montaña hacía acto de presencia frente al molinillo todo ambición y rabia que perseguía su sombra desde el grupo de los buenos. Agraciadamente el de Kelme pudo enfundarse el maillot de la montaña con el premio de la etapa como recompensa. Un Tour de sobresaliente el que se pudo marcar que dejaron un muy buen sabor de boca y un recuerdo agridulce tras su fatal accidente.

Por un lado lo bueno conseguido y la seguridad de que el destino le debe mucho. Por otro la desgracia de no poder haber puesto en práctica toda su clase y talento. Nos quedamos con los hechos y estos son que en la cima donde los grandes sentenciaban el Tour, él inscribió su nombre, él supo llegar delante, quizás metafóricamente a la vida incluso. Un grande.

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